junio 29, 2005

Ese lunes de la verdad...

Ese lunes, el siguiente, pero ya hace dos desde la última crónica de la aventura del pasaporte, estábamos preparados, a que no iba a ser a las seis de la mañana como nos lo habían dicho, sino a las cuatro, para evitar esas incomodidades de defender un espacio que no había, el de la tensión ¿final?, jajaja.
Allí estábamos, nos conocíamos casi todos, allí supimos que los sobrinos no se conocían de nada, y que aquella preñada que escupía su rabia no iba a viajar. En su lugar lo iba a hacer otra gente, que no era nuestra primera vista familia tampoco…
Cuando llegó la hora más o menos 6 de la madrugada, apareció aquel mismo “Comando Identidad”, con la misma participación de empleados de la institución ONIDEX, y policías de Sucre.
“Contra la pared, ya ustedes saben como es esto. No quiero a nadie en doble fila, el que no esté en su puesto se me sale. La tercera edad se paran por allá y los demás acá. Orden, orden”.
“Señor, señor, esta señora no va aquí… Yo si... Acabo de llegar, y me estaban guardando el puesto”
. Se escuchaba por atrás. Alantico, no había rollo, no iba a pasar ni un zancudo. Mi pana Elsa, movía a las carajitas, ella misma, iba a la otra cola a ver como estaba su mamá la privilegiada diabética, hipertensa e infartada, que la iban a privilegiar pasándola sola de primera. Nada de compañía. Adentro, la pobre señora portuguesa escribiría su planilla con ayuda de algún otro privilegiado con menos cataratas que ella.
También a esas horas abrieron las puertas y comenzó a pasar la privilegiada gente de la tercera edad. Si, esa misma privilegiada gente que se había mamado un día completo de NO-COLA, !que detalle!.
Como a las 7 a.m., las oficinas estaban funcionando con casi todo el personal. Yo los veía llegar porque es que estábamos entre los primeros 12 de la cola. Fue muy sencillo.
En el medio de las dos colas, la de los no privilegiados y la de ellos, que era menor, se aparecían personas arregladitas, que venían preguntando por el director. Le respondían que no estaba, pero que esperaran por ahí y que ya venía. A otros, le sacaban UNA OTRA LISTA, que como yo tengo deformación profesional, pude ver que era la lista de autorizados por el director. Muda, como muerta, había que ver de qué se trataba. Seguro que venían a buscar sus pasaportes ya hechos… No se puede ser tan mal pensado en la vida. Coño, que me salen arrugas de la mala leche.
De pronto escucho al funcionario sentado con ojos tan trasnochados como los míos decirle a una señora, “no mi amor, el director no creo que venga, es que se le murió la mamá y no va a venir. Pero el llamó y dejó una listica. Yo ahora la veo y te digo. Quédese por ahí, que no la vean mucho.”
A lo que empezaron a salir los primeros viejitos, y comenzó la gente feliz, a gritar vivas, de pana, que me sentí absolutamente avergonzada y comprendí la alegría de la injusticia. Que maraca de arrechera se me estaba desencadenando. Pensé en otras cosas, como por ejemplo, que ganas de hacer pipi. SI otra vez. Y le pregunte a uno de los funcionarios si adentro había baño para el público. Dijo No con una sonrisa gentil, y le pregunté si podía ir un momentito, por si pasaban a los que no éramos de la tercera edad. Mi marido me miraba con esa mirada que lo dice todo. Jejeje. La vejiga es mía mi amor, así que voy al baño cuando yo tengo ganas. Con las tuyas no me meto… ” Si, si, vaya, tiene tiempo. Es que falta un rato todavía para que ustedes pasen”.
Miradas comprensivas entre mi marido, el funcionario, y la meona, y salí con otros planes. Ja, Ahora me tomo un café. Y luego voy al baño. Y así hice. Estaba riquísimo. Marrón Grande Caliente. En la cafetería de Guaco: ñumi, ñumi. Luego vuelvo.
Cuando llegué estaban mis amigos entrando, con las niñas que tenían exámenes y que cargaban sus propias arrecheras con ellas y con sus padres. ¡Que viva Herodes! Bueno, bueno, llegó mi hora, y de repente, pasamos a otra cola adentro. Esta vez, mandaban a sentar. Había que irse sentando en orden. Pero yo no entendía… Habían más de veinte personas entre mis amigos, y nosotros, “Señor, pero es que yo voy con aquellos allí”… “No usted, va aquí.” “No, señor yo ando con ellos…” “Señora, ¡ya!, está aquí. Van a pasar todos. No se enrolle.”
Miradas, entre mi amadísimo esposo y quien peleABA, y decidí que no era hora para perder el esfuerzo de todas aquellas mentadas de madre. Y que esos de la cola, serían personas que no tenían nada que hacer con los pasaportes.
Ni modo.
En esta cola sentados, que había que ir rotando según se movía la cola, nos dieron dos planillas iguales para ir poniendo las fotocopias de las cédulas, que debían estar recortadas y no como las llevábamos la mayoría, en hoja entera, se iban engrapando. Se llenaban los datos personales en ambas planillas y pasaba un señor que daba susto por lo blanco, y porque no hablaba con nadie con una engrapadora, mirando y engrapando…
Los que no tenían estampillas podían comprarlas adentro, porque también esa oficina estaba abierta. Todo funcionaba.
Después nos quitaban las planillas engrapadas y las fotos y los timbres fiscales volvimos a una breve cola de pie, donde iban llamando por el orden de la nueva cola. Allí pasábamos a un escritorio donde nos escribían a mano los datos en un pasaporte nuevo, nos lo daban para revisar los datos y pegaban la foto y los timbres. Luego pasábamos a que nos pusieran las impresiones digitales en una planilla. Ese fue un encanto de experiencia. El señor, decía algo así como si estuviéramos en el ginecólogo, o el odontólogo, para que lo entiendan todos los sexos: “afloje, no se ponga tensa y haga lo que yo le diga. Deje que yo haga el movimiento. Colabore” Y nos ponía el dedo pulgar de cada mano pringao de tinta negra y nos hacía así: zuas, y de una nos pasaba el dedo de un extremo al otro de la huella. Y luego el índice. Y así nos pasó un papelito y nos dijo que no nos quitáramos la tinta de los derechos para pasarlos en otra cola a otro documento. ¿¿??
No era tan enredado como se lee. Eran cuatro colas, o cinco. Que se yo. Ya no me acuerdo si firmé o no. Y la foto? La habrán pegado bien. Ay Dios. Llegó la hora que no sabes como fue. Pero ya. Pasó.
Todos los empleados que me atendieron, lo hicieron casi felices de servirnos. Y eso que entre ellos comentaban cuánto iban a recoger para el ramo de la mamá del director. Ah, caray, no era cuento. La señora si se había muerto. Si seré mal pensada. Ni modo. Q.E.P.D.
"Vuelva en ocho días". Casi que le doy las gracias. Cuas, cuas, cuas… Ja, ja, ja
No entendí nada. Salí aturdida. No entendí. Y ahora les digo por qué no vi la necesidad de esta humillación y denigración al ser humano.
Me sentía en un campo de concentración, feliz porque no me toco horno. No me jodan. Que vergüenza con ü con punticos. En un país, que unos llaman madre patria, otros España, y otros el imperio colonizador, por razones genealógicas, de las que me siento muy orgullosa, pude sacar un pasaporte con la nacionalidad española. La aventura, a pesar de lo pesados que suelen ser los funcionarios consulares de la sede española, se inicia en colas larguísimas, con un orden, para los que van a solicitar información o planillas, y otra para quienes van a otro piso a llevar los recaudos solicitados después de hacer las colas y enterarse. Al llegar al lugar donde vamos a ser atendidos, le pasan por un detector de metales. Le mandan a apagar el celular. Le dicen que pulse en un botón como los de los bancos, la diligencia o las diligencias que va a hacer. Y la aventura empieza por información: Cuando le toca, la persona que le atiende, le va escuchando y sacando papeles. Le hace las preguntas de cantidad de personas, o de orientación en cuanto al documento y le entrega –cero pana- un papelero con un papel explicativo con los recaudos y un papelito con una fecha que es el día de la cita para que entregue los recaudos. Va explicando, subrayando, aclarando, y… próximo.
Cuando sacas los papeles que te piden… con los reconocimientos internacionales y demás yerbas aromáticas, y llegas a la fecha de la cita te vuelves a tu cola y cumples el recaudo. OJO: siempre te van a pedir un sobre de DOMESA o AEROCAV para enviarte el documento a la casa. Se acabó la historia. CERO SOBORNO. Por lo menos a la vista. Ah y es más barato que el NUESTRO. Que no lo sepan porque ahora lo suben.
Si estos afanados trabajadores nuestros, no estuvieran en el negocio gastronómico, o sea, el guiso, estas colas y estos comandos policiales y estos absurdos horarios de fines de semanas, y escondites. Porque quién ha visto trabajador voluntario, llegando todos los fines de semana a madrugar a las 3 y a las seis de la mañana. Dícese que las comisiones van por el millón. Así se entienden muchas cosas. Claro que ni hablar de los pasaportes por encargo. Que envidia de los que tienen tres, cuatro y más libritos con distintas identidades.
Molleja de Bisnes.